miércoles, 5 de noviembre de 2025

LEER JUNTOS


El pasado lunes día 27 de octubre echó a andar el programa Leer juntos (ya van más de doce cursos) en el IES Pirámide. En esta primera reunión abordamos la lectura de la novela Entre visillos (1958), de la escritora salmantina Carmen Martín Gaite, de cuyo nacimiento, por cierto, se está celebrando este año el centenario.



Desde la distancia, nos acompañó Javier Gurpegui, profesor de Lengua y Literatura castellana en el centro que se jubiló hace varios años. Él nos introdujo la obra desde un punto de vista personal y sugerente. No podemos resistirnos a transcribir aquí sus palabras:

Releo, al cabo de unos años, la novela de Martín Gaite. Me sorprende con desagrado la introducción de la versión electrónica que consigo, a cargo de la escritora Laura Freixas. Es meramente condescendiente con el realismo social español de los 50, del que rescata “Entre visillos” por su forma de reflejar la diferencia de género (dudo que esto en sí mismo sea un valor literario). Hace una descripción simple de la literatura durante el franquismo, como si la producción novelística de entonces fuera de calidad inferior a la actual. Como si tras la

muerte del dictador el nivel literario español hubiera mejorado milagrosamente.

“Entre visillos” me parece lo mejor del realismo social de aquellos años, junto a otras obras de la misma corriente –“Dos días de septiembre”, “Central eléctrica”, “Tormenta de verano”, “Con el viento solano”, “La mina”…-. Cuando la leo ahora, sin embargo, mi interés es desigual. Los capítulos donde aparecen Elvira y/o Pablo me resultan más atrapantes que el resto, los dos protagonistas me resultan sugerentes e imprevisibles, lo que es bueno, síntoma de que son producto de una mayor elaboración literaria. Ambos mediatizan las reacciones del

resto de los personajes, que a su vez, sin embargo, quedan excesivamente estereotipados. Salvo Emilio, quizá, el  extraño “novio” de Elvira.

El espacio narrativo es un clásico desde el siglo XIX: la ciudad de provincias donde no pasa nada, donde el tiempo es repetitivo y circular (como la Vetusta de “La regenta”), y que podría recordar Salamanca, donde nació Martín Gaite, y en un sentido amplio cualquier capital de provincias. Pablo Klein aporta un punto de vista externo, de alguien que ha vivido en el extranjero y que lleva consigo un bagaje cultural y una sensibilidad que lo distinguen. En la novela de comienzos del XX, es frecuente que este tipo de personaje relativamente lúcido sea un

sacerdote (“Diario de un cura rural”, de Bernanos) o un médico (“El médico rural”, de Felipe Trigo); aquí es un profesor de alemán. Elvira, por su parte, es una autóctona que se aferra a una mirada externa, crítica con el inmovilismo que la rodea. Tiene sensibilidad artística, lleva en mente aquella Suiza donde Pablo coincidió con su fallecido padre… son cualidades que la redimen de la mediocridad ambiente. La tensión sexual y las contradicciones de los dos personajes fecundan bien la intriga de la novela.

Decía que el resto de los personajes me resultan estereotipados. Forman una especie de coro, ejercen un protagonismo colectivo muy frecuente en el realismo social de aquel tiempo. Están caracterizados con pinceladas breves, que exigen de la novelista una cierta habilidad que no siempre trasciende el tópico. Se nos relatan situaciones demasiado previsibles, como la confesión de Julia ante un sacerdote nacional-católico pero comprensivo, las presiones a Gertru para que no estudie porque no hace falta saber latín para ser una mujer de su casa, la cerrazón por el luto en casa de Elvira, las baladronadas machistas de los jovenzuelos… Creo que toda esta parte de la novela no ha envejecido bien, y su interés se ciñe en exceso a su valor de documento y denuncia de una época. Lo que me parece perfecto, por otro lado.

Sin embargo, frente a todo esto hay que plantear también un matiz importante. Buena parte de estos personajes, pertenecientes al coro colectivo, son mujeres, escindidas a su vez por diferencias sociales. Un acierto de la

novelista ha sido yuxtaponer la desigualdad social y la sexual, lo cual genera un campo de contradicciones dentro del colectivo de mujeres. Se nos presenta así a las mujeres como un colectivo heterogéneo que, siendo especialmente vulnerable al nacionalcatolicisimo dominante, no se reduce al papel de víctima pasiva; hay

víctimas, sí, pero víctimas que se resisten, otras que no, también víctimas dispuestas a ejercer de verdugo…

No me resisto a terminar estas líneas sin nombrar mi libro preferido de la autora: se trata de “El proceso de Macanaz” (circula con distintos títulos), una investigación histórica sobre un caso de persecución inquisitorial en el siglo XVIII,


Gracias, Javier, por tu aportación.


Acudimos a la sesión las personas que durante el curso pasado asistimos con regularidad y una de las personas que se incorpora este año al grupo. 

Los comentarios sobre la obra van en la línea de reconocer la maestría con la que describe la cotidianeidad y lo que cuesta leer este libro hoy en día cuando los roles de género han cambiado tanto.

Aunque parece tratarse de una mera descripción sin atisbo de crítica, comentamos que los personajes principales son mujeres: lo que las mujeres cuentan y cómo se sitúan dice algo de cómo percibe Martín Gaite la realidad de su época.

Por algún motivo, nos ha costado a todos leer esta obra o la hemos leído hace tiempo por lo que los detalles se nos escapan. Quizá es verdad que ha envejecido mal, quizá resulte poco dinámica y algo previsible… es cierto que no pasará a los anales de nuestro grupo como una de las novelas más aclamadas.

No obstante, analizadas en grupo, todas las novelas tienen elementos, vamos a decir rescatables, que hacen que la lectura cobre interés aunque al término de su lectura no nos lo pareciera. 



Nos emplazamos para el día 15 de diciembre con la novela Misericordia de Pérez Galdós.



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