jueves, 27 de diciembre de 2012

Hablamos de "La letra escarlata"

  Grupo “Leer Junt@s”. I.E.S. Pirámide. Curso 2012-13.

  Jueves, 8 de Noviembre de 2012.

  Libro comentado: La letra escarlata (1850), de Nathaniel Hawthorne.



  Algunas ideas sobre el contexto de la novela.



   El escritor Nathaniel Hawthorne (1804-1864) pertenece a lo que se ha dado en llamar Renacimiento Americano, que podría definirse como el intento de establecer una literatura propiamente estadounidense, original, desvinculada en los temas y en las formas de los modelos británicos y que responda a las necesidades prácticas e identitarias del público estadounidense.



   Aunque se suelen incluir a Walt Whitman y a Herman Melville, algo más jóvenes, en este grupo, Hawthorne compartiría generación con los ensayistas Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson, y con Edgar Allan Poe.

   Concretamente junto a Poe, Hawthorne estableció parte de las las bases del cuento literario moderno, especialmente las referidas al tema fantástico (el “otro” origen del cuento vino de Rusia, con Gogol, pero esa es ya otra historia). Fue autor de dos recopilaciones importantes en este sentido, como son Cuentos contados dos veces (1837) o Musgos de una vieja casa parroquial (1846). Los cuentos de Hawthorne mantienen un enigmático clima sobrenatural, que muchas veces tan solo se insinúa o deja sencillamente las cosas sin explicar, en el aire. Sus personajes parecen marcados por la marca de un pecado originario, que les acompaña como si fuera una maldición.

   Esta perspectiva del bien y del mal enlaza directamente con el tema de La letra escarlata (1850), en cuyo telón de fondo también encontramos la cultura puritana, sobre la cual conviene que nos detengamos.

   Como se puede apreciar en este esquema, los puritanos son una escisión del protestantismo anglicano que, influida por Calvino, desconfiaba de la identificación entre Iglesia y Estado característica de Inglaterra, y aspiraba a un mayor rigorismo. Objeto de persecución por parte de la cultura dominante, emigraron a América desde un comienzo, donde aplicaron con severidad unas leyes que no eran las de la corona británica. Como se puede ver, dentro de los puritanos había distintas ramas, y los que se asentaron en la bahía de Massachussets eran presbiterianos.



   El escritor había nacido precisamente en Salem, y era descendiente de los altos cargos de la iglesia puritana que habían ordenado la quema de brujas. Aunque estas prácticas eran condenadas en sus novelas, la cultura calvinista impregna la mirada del narrador, como por otra parte ocurre con una buena parte de la literatura estadounidense. No olvidemos que, por otra parte, la “Revolución Americana” en ningún momento rompió con la creencia religiosa como una forma de cohesión social.

   El argumento de La letra escarlata no es muy diferente del de otras “novelas de adulterio” escritas en el XIX: La Señora Bovary (1957), Anna Karenina (1877), La Regenta (1885), etc… En este caso, el “triángulo adúltero” se concreta en los personajes de Hester Prynne, su marido Roger Chillingwort y el pastor Dimmesdale, verdadero padre de su hija Pearl.

   Sin embargo, una diferencia fundamental en esta novela respecto a sus colegas europeas está en las condiciones coloniales y fronterizas, propias de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, en la que transcurre. Su carácter de novela histórica, el relativo aislamiento de las comunidades puritanas, la vecindad con el territorio indio, el sustrato integrista de carácter maniqueo, según el cual el mal acecha en el interior del espíritu humano (y en el interior del bosque), todos estos factores se ponen de acuerdo en delimitar un mundo cerrado y ritualizado, que a veces adquiere la condición de onírico.



   Del resto de la novelística de Hawthorne podemos destacar La casa de los siete tejados (1851), un relato de fantasmas tan arraigado a la vida cotidiana de los personajes que por momentos diluye su carácter fantástico; o el El fauno de mármol (1860), ficción ambientada en Roma, con un misterioso protagonista que ostenta la apariencia de un personaje mitológico.

   De La letra escarlata se han hecho varias adaptaciones al cine, lo que no es de extrañar, dado el dramatismo de su material de partida. La última versión, más famosa, la protagonizó Demi Moore en 1995; Win Wenders dirigió otra en España, algo floja, en 1973; y quizá la mejor sea la versión muda dirigida en Hollywood en 1926 por el sueco Victor Sjöstrom (que más tarde se hizo famoso como el anciano protagonista de Fresas salvajes (1957), de Bergman). ¿Quizá esta afinidad se deba a la familiaridad con el integrismo protestante del director?

   Como dato curioso, se puede añadir que la protagonista de una importante película británica reciente, The Deep Blue Sea (2011) recibe también el infrecuente nombre de Hester, lo que ha llevado a algunos críticos a vincularla con la novela de Hawthorne.


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