REPORTAJE: POLÉMICA
SOBRE DOS ESCRITORES JUDÍOS
Un odio cuestionado
Debate en Inglaterra sobre el ideario de la escritora Irène Némirovsky
OCTAVI
MARTI París 23 FEB 2007
Ella es una escritora de
culto, y él, un historiador. Ariel Toaff e Irène Némirovsky han sido tachados
de antisemitas. Toaff ha tenido que retirar Pascua de sangre, un libro de historia en el
que aventuraba que comunidades judías en el medievo podían haber realizado crímenes
rituales con cristianos. El caso de Némirovsky, asesinada en Auschwitz en 1942,
tiene que ver con la amputación de un párrafo del prefacio en la edición en
inglés de Suite francesa, en el que se trata de
ocultar la complicada relación de la escritora con sus orígenes. Ambos
constituyen dos ejemplos de la delgada línea en que se mueve la libertad de
expresión en los tiempos de lo políticamente correcto.
La edición inglesa de Suite francesa,la gran novela
póstuma (publicada en 2004) de Irène Némirovsky (1903-1942), va precedida de un
prefacio de Myriam Anissimov que presenta a la escritora y cuenta la odisea
vivida por el manuscrito. Anissimov, que ha escrito una biografía de Primo
Levi, es especialista en cuestiones de cultura judía. En la versión inglesa, el
mismo prefacio aparece amputado de una frase, tal y como ha revelado Stuart
Jeffries en el diario The
Guardian. Y de ahí, de esa
supresión, nace la sospecha de que se ha querido ocultar al lector anglosajón
la complicada relación de Némirovsky con sus orígenes judíos.
El párrafo en cuestión comienza refiriéndose
"al odio hacia sí misma que se descubre en la pluma de Némirovsky" y
enumera "las características que en su obra atribuye a los judíos, las
opciones léxicas utilizadas para caracterizarlos, para hacer de ellos un grupo
de individuos que tienen en común esos trazos: pelo crespo, nariz curva, mano
blanda, dedos y uñas como ganchos, tez mate, amarillenta u olivácea, ojos muy
juntos, negros y brillantes, cuerpo esmirriado, rizos espesos y negros,
mejillas pálidas, dientes irregulares", a lo que se añaden características
que ya no son físicas, sino morales: "avidez, constancia, histeria,
habilidad atávica para comprar y vender baratijas, hacer tráfico de divisas,
ser viajante o vender municiones de contrabando".
La verdad es que el "odio de sí misma"
de Irène Némirovsky no es ningún secreto, pero a veces aparece manifestado de
manera confusa, mezclándose dos menosprecios: el que siente hacia una parte del
pueblo judío y el que siente hacia sus padres, sobre todo hacia la madre. No
está de más recordar que ésta nunca se ocupó de Irène, pues estaba demasiado
preocupada en no envejecer y en asegurarse amantes. Por ejemplo, para aparecer
siempre más joven de lo que era siguió vistiendo a Irène como una niña cuando
ya era una joven. Luego, en la novela El
baile (de 1930), la hija
vengativa va a pintar a madame Kampf, una nueva rica que oculta a su hija
cuando da una recepción para que nadie pueda saber su verdadera edad. En David Golder(1929) el
protagonista es un banquero judío que siempre quiere ganar más y más dinero.
En las novelas de Némirovsky aparecen muy a
menudo personajes judíos, casi siempre presentados bajo una luz poco favorable,
pero es que ella misma había vivido en ese contexto y estaba casada con un
banquero judío. En cualquier caso, en sus ficciones, esos judíos que olvidan
sus orígenes acaban volviendo a ellos: Golder muere hablando en yiddish o en Los
perros y los lobos el libro
acaba con el narrador refiriéndose a los judíos como "los míos, mi
familia". Pero la acusación de antisemitismo hay que situarla en su
contexto: Francia era durante los años veinte el país de Europa con mayor
tradición de antisemitismo, acogía emigrados de diversas dictaduras y judíos
que huían de los pogromos soviéticos y de las leyes raciales de los nazis. Y
esos emigrantes creaban problemas.
En 1935, en una entrevista en L'Univers Israélite, Némirovsky protesta: "¡Nunca he
intentado ocultar mis orígenes! Siempre que he podido me he proclamado
judía". En definitiva, reclama para el escritor el derecho a escribir en
libertad. Asesinada en Auschwitz en 1942, Némirovsky escapó al "políticamente
correcto" de su época, pero se ha visto atrapada por el de la nuestra, que
censura un prefacio para evitarle decir inconveniencias."¡Nunca he
ocultado mis orígenes! Siempre que he podido me he proclamado judía".
CRÍTICA:LIBROS: el
maestro de almas
Retrato de un manipulador desenraizado
JESÚS FERRERO 9 MAY 2009
Una de las virtudes de las novelas de Irène
Némirovsky es que nunca te dejan indiferente y, cuando las acabas, puedes
llegar a sentirte tan atormentado contigo mismo como los personajes cuyas
vicisitudes has estado siguiendo, en un estado a medio camino entre el estupor,
la admiración y la rabia. El maestro de almas, que originariamente se publicó
en forma de folletín con el título de Las escalas del Levante, no es una
excepción, y todo lector que se acerque a ella tiene la emoción asegurada, una
emoción llena de lucidez y de iluminaciones sabias y contradictorias, que
duelen en el cerebro y en el corazón.
Irène Némirovsky pertenecía al grupo de judíos
laicos que, antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial, abrazaron con
detenimiento la cultura europea y decidieron ser parte activa de ella. No eran
conversos, eran simplemente europeos que apostaban por Europa y su cultura,
como habían hecho Husserl, Benjamin y Döblin. Que luego muchos de ellos
murieran en los campos de exterminio tras haber sido deportados parece una
pesadilla. "¿Qué me está haciendo este país, Dios mío?", escribió Irène
Némirovsky un año antes de morir en Auschwitz.
El deseo que tenía Irène
Némirovsky de convertirse en una escritora francesa resulta evidente en El
maestro de almas, y de hecho parece una novela genuinamente francesa que ha
incorporado la mirada que los franceses dirigían a los extranjeros en la época
de entreguerras. Aquí está una de las claves de El maestro de almas: el
narrador, que entra y sale de las almas de los personajes como Darío Asfar,
lleva incorporada la mirada francesa, como la lleva incorporada Darío Asfar,
del que el narrador es sólo una proyección sombría y lúcida hasta la
desesperación. Y por eso también los emigrantes que llegan de la Europa más
oriental, incluidos los judíos, son tratados con severidad francesa. Los que no
adviertan esta sutileza, muy propia por otra parte de Irène Némirovsky,
pensarán que esta novela se acerca a ciertas narraciones de Céline cuando en
realidad se acerca a ciertas novelas de Zola, pero introduciendo más
electricidad, más pasión y más psicología.
En líneas generales, El maestro de almas es una
novela sobre la emigración y la pérdida de las raíces, que puede convertirse en
la pérdida del alma a poco que las cosas se pongan mal, y muy especialmente
cuando siempre o casi siempre se ponen mal. Es también una novela sobre las
relaciones con el otro y sobre todos los prejuicios que desde el principio
alteran esa relación, llenándola de adherencias racistas e ideológicas. Y es
también, como piensan Philipponnat y Lienhardt, una versión de Fausto en la que
un médico salido del barro asciende a la más alta corrupción a costa de vender
su alma al Diablo y de manipular impíamente a los demás. Pero se engañará el
lector si aguarda un final moralista y redentor. Irène Némirovsky sabía darle
la vuelta a sus historias y el final de la novela es de un realismo demoledor,
en las antípodas del cinismo y a la vez rozándolo con mucha suavidad. Los
opuestos se juntan con facilidad en El maestro de almas, una narración
parcialmente estereotipada, cierto, pero a la vez brillante y radical.
CRÓNICA:CRÓNICA DE
PARÍS
Hallado un nuevo tesoro de Némirovsky
OCTAVI
MARTI París 30 DIC 2006
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Cada país explica su pasado en función de lo que
hoy pretende ser. Hay países que se manejan bien con su pasado, otros que lo
dan por cerrado e inmodificable. El peso del pasado no es el mismo para todos
ni en todas las épocas. La Francia actual arrastra su pasado como un grillete.
O mejor, es un minúsculo atlante a punto de sucumbir bajo el peso glorioso de
su historia.
El maravilloso, dramático y azaroso rescate de
obras de Irène Némirovsky o el Goncourt 2006 para Jonathan Littell tienen que
ver con ese país que no logra proyectarse en el futuro. El éxito de Les bienveillantes, la novela de Littell, un autor
debutante, es significativo. Los franceses se interesaron primero por su
actuación durante la II Guerra Mundial viéndose como resistentes: es el período
De Gaulle; luego se aceptaron como meros espectadores de un combate en el que
les representaban unos escasos héroes o unos también escasos traidores
colaboracionistas: son los años que van de Pompidou a Mitterrand. Por fin leen
la catástrofe bélica desde la fascinación por el mal: el héroe de Littell es un
SS franco-alemán, un asesino que, en cada página, interroga al lector sobre
cómo es posible tanta crueldad, estupidez y horror entre gente inteligente y
culta.
Con Némirovsky,
los franceses quedan invitados a seguir intentando reconocerse en los añicos
del espejo
Pero una lectura del pasado puede coexistir con
otra. Irène Némirovsky, con su estupenda Suite
française,escribió un mosaico completo de los primeros momentos de la
ocupación alemana. Asesinada la autora en Auschwitz en 1942, la novela de
Némirovsky permaneció olvidada en una maleta hasta el año 2004, cuando se
convirtió en un gran éxito de ventas y fue premiada. En su texto están todas
las facetas del país. Ahora parece que los biógrafos de la escritora, Patrick
Lienhardt y Olivier Philipponat, han encontrado otra novela perdida, Chaleur du sang (Calor de sangre), de la que Dénise Némirovsky, la hija,
sólo conservaba los primeros capítulos. El resto ha sido localizado en casa de
un particular. El libro narra la historia de un secreto, de un hombre que
oculta precisamente parte de su pasado y la acción transcurre en el pueblo real
en el que se refugió la narradora antes de ser capturada por los nazis. Los
franceses quedan invitados a seguir intentando reconocerse en los añicos del
espejo.
Pascal Bruckner lleva tiempo interrogándose
sobre la peculiar relación francesa -y occidental- respecto al pasado. Si en La tentation de l'innocence hablaba del infantilismo y el
victimismo como enfermedades del hombre moderno, en su texto más reciente -La tyrannie de la pénitence: essai
sur le masochisme en Occident- se
extiende sobre esa oleada de culpabilización que recorre nuestro mundo y que
nos hace responsables, décadas después, de desastres en los que no hemos
intervenido, ya sea el pillaje esclavista de África, el genocidio judío o la
tortura en Argelia. Como sucede a menudo, se pide perdón y se llora por
crímenes de los que somos inocentes pero se cierran los ojos ante lo que sí
reclamaría nuestra atención. El Parlamento francés, que ha convertido en delito
negar la existencia de la shoah o defender el racismo, legisla sobre
opiniones porque no logra cambiar la realidad de los hechos. La República
francesa defiende valores universales pero, en la práctica, no ha logrado
exportarlos, como no sea en forma de guillotina en la proa de un barco, como en El siglo de las luces, la novela de Carpentier.
El modelo francés de sociedad, de ciudadanos
iguales sin tomar en consideración religión, color de piel u origen geográfico
y social, quizás ha retrasado la creación de guetos o de tensiones comunitarias
pero no ha logrado evitarlas. Sarkozy se dispone a institucionalizar el fracaso
que Chirac niega y Ségolène Royal aún cree poder remediar. Y por eso todos los
franceses añoran los buenos viejos tiempos, cuando entre la escuela, el ejército
y los sindicatos el país integraba a todos y fabricaba franceses sin demasiados
chirridos. Es la época de Proust, Gide, Valèry, los Curie, Camus, Monod, Claude
Bernard, Ravel o Poincaré, la de un país que miraba hacia delante y cuyos
mejores autores no tenían, como Littell y Némirovsky y por razones totalmente
distintas, la obsesión por un pasado que no acaba de pasar.
En el nombre de la madre
La hija de Irène Némirovsky presenta la obra póstuma de la autora, muerta en Auschwitz
JACINTO
ANTÓN Barcelona 25 NOV 2005
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Es una historia de amor filial tan hermosa como
terrible. La hija de la gran escritora Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz,
1942), Denise Epstein, atesoró durante años, utilizándolo incluso como
almohada, el manuscrito de la última obra de su madre, deportada y asesinada
por los nazis por ser judía. Esa obra, una novela que ella y su hermana pequeña
Elisabeth guardaban en una maleta con otros pocos recuerdos salvados del
naufragio familiar -el padre, Michel Epstein, murió también en Auschwitz-,
acompañó a las dos niñas durante su peregrinación de refugio en refugio en la
Francia ocupada. Ahora, después de que Denise (París, 1929) se atreviera a
leerla finalmente y la transcribiera con enorme "paciencia y dolor",
la novela, Suite francesa (Salamandra),
retrato magistral de la caída y ocupación de Francia, se ha convertido en un
acontecimiento literario y acaba de aparecer en España.
"Son las últimas palabras de mi
madre", dijo el martes en Barcelona la hija de Irène Némirovsky al
preguntarle por el motivo que la llevó a publicar Suite francesa. "Desgraciada o felizmente, tengo
muchos recuerdos, y muy nítidos", señaló vencida por la emoción. "Haber
sobrevivido, ¿sabe?, no es un regalo. Se siente culpa.
Publicar Suite
francesa me ha servido para
desculpabilizarme por haber sobrevivido".
La persecución nazi tuvo el añadido de
perversidad de hacer aparecer en ocasiones lo malo del ser humano incluso en
las víctimas. "Es cierto, una víctima nunca es un héroe. No se puede
idealizar a las víctimas". El marido de Némirovsky, en su afán por
rescatarla, no dudó en destacar ante las autoridades pasajes anticomunistas, e
incluso, paradójicamente, antisemitas de la obra de la escritora. "Sí, es
terrible. Leí esas cartas. No pude hacerlo hasta 1991. Lo comprendo pero es
triste".
De aquella hecatombe física y moral, aquel sauve qui peut, que fue el hundimiento de Francia y
que Némirovsky pinta en su novela póstuma de manera magistral, con pulso digno
de Tolstói, la hija explica que la imagen que para ella condensa esos tiempos
es el tren. "Colgaban en los trenes unas redes, como hamacas, y ahí se
ponía una capa de ropa, niños para esconderlos y otra capa encima. El tren es
la huida y la deportación".
¿Cómo era Irene Némirovsky? "Vital. Era una
gran escritora y al mismo tiempo una madre muy tierna. Era mamá. Era fuerte y
nos protegía del miedo; a mi padre también".
Suite francesa, historia coral con seres que luchan por
sobrevivir, es una novela áspera. "Sí, hay crueldad y desesperación, pero
también ternura y mucha ironía". Y tristeza. "Mi madre estaba
desesperada desde hacía tiempo ante el alma humana. Era una persona muy lúcida,
y eso te hace ver más bien lo negativo de la gente".
Escapada de la Rusia revolucionaria, la
novelista, recuerda su hija, tenía un modo de vida cosmopolita y en su casa,
con las puertas siempre abiertas, se respiraba un ambiente chéjoviano.
"Ella admiraba a Chéjov, pero también adoraba a Katherine Mansfield, con
la que sentía que tenía muchos puntos de contacto". ¿Gurdjieff? "Creo
que no; a mi madre no le interesaba el esoterismo. Pero yo me pregunto si ella,
desde donde quiera que esté, no ha influido para que aparezca su libro".
Existen otros inéditos de Némirovsky, dice
Denise Epstein. "Hemos encontrado alguna novela corta y sobre todo muchos
de sus carnés de trabajo". En 2007, explica, con ese material, aparecerá
una nueva biografía de su madre, obra de Olivier Philippennat y Patrick Llenhard.
Denise, en cambio, no piensa de momento escribir. "Me es más fácil hablar
que escribir de ella. Las palabras traslucen más el amor".
65ª
FERIA DEL LIBRO DE MADRID
Los libreros premian 'Suite francesa'
Denise Epstein, hija de la escritora rusa Irène Némirovsky, recoge el galardón
WINSTON MANRIQUE SABOGAL Madrid 2 JUN 2006
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"Pocas cosas hay tan dolorosas como tener que silenciar el llanto,
y nadie puede arrogarse el derecho a infligir a otro un dolor permanente".
Como el causado desde 1942 a Denise Epstein (1929), hija de la escritora rusa
Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), cuya novela Suite francesa (Salamandra en castellano
y en catalán La Magrana) ha obtenido el Premio del Libro del Año 2005,
concedido por el Gremio de Libreros de Madrid. Una novela que, tras su publicación
en Francia en 2004, obtuvo el Premio Renaudot y que ha sido ya traducida a 30
idiomas. Es una obra póstuma que muestra sin tapujos la estampida de virtudes y
bondades humanas en los franceses durante la ocupación nazi en la II Guerra
Mundial, y lo hace con un estilo en el que la belleza y la elegancia literaria
han sido destacadas por la crítica internacional.
Suite francesa es el testimonio de la última y definitiva
persecución que entabló la vida contra Némirovsky. Hija de un rico banquero
judío en Rusia, su familia debió huir en 1917 tras la revolución bolchevique.
Después de unos años escondidos en Estocolmo, los Némirovsky llegaron a Francia
en 1919. Un abandono al que se sumó la poca atención que le prestaba su madre.
En 1929, la autora publicó su primer gran éxito, David Golder; en 1930, El baile, y un año después, Las moscas de otoño. Libros que le dieron un gran prestigio
en el mundo literario.
Casada con un judío, Némirovsky tuvo dos hijas,
Denise y Elisabeth, hasta que en el verano de 1940 la invasión alemana de
Francia les empezó a marginar. Entonces la escritora tomó una carpeta marrón y
escribió cada día lo que veía, vivía y sentía a su alrededor. Un diario en
tiempo real de aquella encrucijada en que estaba atrapada Francia. Hasta que en
1942 fue entregada a las tropas nazis, que finalmente la gasearon semanas
después en Auschwitz. La misma suerte correría su esposo. Sus hijas iniciaron
un peregrinaje a escondidas y cargando una maleta con recuerdos, entre ellos
una carpeta marrón, que más de una vez les sirvió de almohada.
Sólo a finales de los años setenta, Epstein se
atrevió a leer el manuscrito. "Porque cada cosa llega en su debido momento
y eso no lo podemos cambiar". Tras leer el libro, los sentimientos sobre
Francia apenas se han modificado: "Antes tenía rabia, durante la lectura
también, pero hoy el sentimiento es de victoria porque he logrado que mi madre
vuelva a vivir y a recuperar el prestigio". ¿Y los franceses qué piensan y
sienten? "Tengo pruebas de que la conciencia de la gente se despierta y
eso es más fácil ahora que los testigos directos ya no están".
Para Epstein, la cobardía está todos los días en
la esquina de la calle. ¿Y la culpabilidad? "En el hecho de haber
sobrevivido. Porque uno se siente culpable por estar vivo y comprobar que las
personas a quienes quieres ya no están".
Por eso, Denise Epstein no cree en la ausencia.
Para ella no existe. "La ausencia siempre está presente". Abandonos
forzados, abandonos mezquinos o abandonos voluntarios, lo cierto es que es la
acción que persiguió a su madre y que la encontró a ella, pero de la cual ya se
ha librado en parte. "Sólo pueden perdonar los que no volvieron. Para mí
el perdón no significa nada. Simplemente, no olvido, pero tampoco me invade
ningún deseo de venganza". Porque como termina su madreSuite francesa: "Poco después, en la carretera,
en lugar del ejército alemán, sólo había un poco de polvo".
Recopilación de materiales de Charo Ochoa.
Recopilación de materiales de Charo Ochoa.
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