viernes, 28 de diciembre de 2012

Más informaciones sobre Irene Némirovsky



 REPORTAJE: POLÉMICA SOBRE DOS ESCRITORES JUDÍOS

Un odio cuestionado

Debate en Inglaterra sobre el ideario de la escritora Irène Némirovsky

OCTAVI MARTI París 23 FEB 2007

 Ella es una escritora de culto, y él, un historiador. Ariel Toaff e Irène Némirovsky han sido tachados de antisemitas. Toaff ha tenido que retirar Pascua de sangre, un libro de historia en el que aventuraba que comunidades judías en el medievo podían haber realizado crímenes rituales con cristianos. El caso de Némirovsky, asesinada en Auschwitz en 1942, tiene que ver con la amputación de un párrafo del prefacio en la edición en inglés de Suite francesa, en el que se trata de ocultar la complicada relación de la escritora con sus orígenes. Ambos constituyen dos ejemplos de la delgada línea en que se mueve la libertad de expresión en los tiempos de lo políticamente correcto.

    La edición inglesa de Suite francesa,la gran novela póstuma (publicada en 2004) de Irène Némirovsky (1903-1942), va precedida de un prefacio de Myriam Anissimov que presenta a la escritora y cuenta la odisea vivida por el manuscrito. Anissimov, que ha escrito una biografía de Primo Levi, es especialista en cuestiones de cultura judía. En la versión inglesa, el mismo prefacio aparece amputado de una frase, tal y como ha revelado Stuart Jeffries en el diario The Guardian. Y de ahí, de esa supresión, nace la sospecha de que se ha querido ocultar al lector anglosajón la complicada relación de Némirovsky con sus orígenes judíos.
El párrafo en cuestión comienza refiriéndose "al odio hacia sí misma que se descubre en la pluma de Némirovsky" y enumera "las características que en su obra atribuye a los judíos, las opciones léxicas utilizadas para caracterizarlos, para hacer de ellos un grupo de individuos que tienen en común esos trazos: pelo crespo, nariz curva, mano blanda, dedos y uñas como ganchos, tez mate, amarillenta u olivácea, ojos muy juntos, negros y brillantes, cuerpo esmirriado, rizos espesos y negros, mejillas pálidas, dientes irregulares", a lo que se añaden características que ya no son físicas, sino morales: "avidez, constancia, histeria, habilidad atávica para comprar y vender baratijas, hacer tráfico de divisas, ser viajante o vender municiones de contrabando".
La verdad es que el "odio de sí misma" de Irène Némirovsky no es ningún secreto, pero a veces aparece manifestado de manera confusa, mezclándose dos menosprecios: el que siente hacia una parte del pueblo judío y el que siente hacia sus padres, sobre todo hacia la madre. No está de más recordar que ésta nunca se ocupó de Irène, pues estaba demasiado preocupada en no envejecer y en asegurarse amantes. Por ejemplo, para aparecer siempre más joven de lo que era siguió vistiendo a Irène como una niña cuando ya era una joven. Luego, en la novela El baile (de 1930), la hija vengativa va a pintar a madame Kampf, una nueva rica que oculta a su hija cuando da una recepción para que nadie pueda saber su verdadera edad. En David Golder(1929) el protagonista es un banquero judío que siempre quiere ganar más y más dinero.
En las novelas de Némirovsky aparecen muy a menudo personajes judíos, casi siempre presentados bajo una luz poco favorable, pero es que ella misma había vivido en ese contexto y estaba casada con un banquero judío. En cualquier caso, en sus ficciones, esos judíos que olvidan sus orígenes acaban volviendo a ellos: Golder muere hablando en yiddish o en Los perros y los lobos el libro acaba con el narrador refiriéndose a los judíos como "los míos, mi familia". Pero la acusación de antisemitismo hay que situarla en su contexto: Francia era durante los años veinte el país de Europa con mayor tradición de antisemitismo, acogía emigrados de diversas dictaduras y judíos que huían de los pogromos soviéticos y de las leyes raciales de los nazis. Y esos emigrantes creaban problemas.
En 1935, en una entrevista en L'Univers Israélite, Némirovsky protesta: "¡Nunca he intentado ocultar mis orígenes! Siempre que he podido me he proclamado judía". En definitiva, reclama para el escritor el derecho a escribir en libertad. Asesinada en Auschwitz en 1942, Némirovsky escapó al "políticamente correcto" de su época, pero se ha visto atrapada por el de la nuestra, que censura un prefacio para evitarle decir inconveniencias."¡Nunca he ocultado mis orígenes! Siempre que he podido me he proclamado judía".


CRÍTICA:LIBROS: el maestro de almas

Retrato de un manipulador desenraizado

JESÚS FERRERO 9 MAY 2009

Una de las virtudes de las novelas de Irène Némirovsky es que nunca te dejan indiferente y, cuando las acabas, puedes llegar a sentirte tan atormentado contigo mismo como los personajes cuyas vicisitudes has estado siguiendo, en un estado a medio camino entre el estupor, la admiración y la rabia. El maestro de almas, que originariamente se publicó en forma de folletín con el título de Las escalas del Levante, no es una excepción, y todo lector que se acerque a ella tiene la emoción asegurada, una emoción llena de lucidez y de iluminaciones sabias y contradictorias, que duelen en el cerebro y en el corazón.
Irène Némirovsky pertenecía al grupo de judíos laicos que, antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial, abrazaron con detenimiento la cultura europea y decidieron ser parte activa de ella. No eran conversos, eran simplemente europeos que apostaban por Europa y su cultura, como habían hecho Husserl, Benjamin y Döblin. Que luego muchos de ellos murieran en los campos de exterminio tras haber sido deportados parece una pesadilla. "¿Qué me está haciendo este país, Dios mío?", escribió Irène Némirovsky un año antes de morir en Auschwitz.
El deseo que tenía Irène Némirovsky de convertirse en una escritora francesa resulta evidente en El maestro de almas, y de hecho parece una novela genuinamente francesa que ha incorporado la mirada que los franceses dirigían a los extranjeros en la época de entreguerras. Aquí está una de las claves de El maestro de almas: el narrador, que entra y sale de las almas de los personajes como Darío Asfar, lleva incorporada la mirada francesa, como la lleva incorporada Darío Asfar, del que el narrador es sólo una proyección sombría y lúcida hasta la desesperación. Y por eso también los emigrantes que llegan de la Europa más oriental, incluidos los judíos, son tratados con severidad francesa. Los que no adviertan esta sutileza, muy propia por otra parte de Irène Némirovsky, pensarán que esta novela se acerca a ciertas narraciones de Céline cuando en realidad se acerca a ciertas novelas de Zola, pero introduciendo más electricidad, más pasión y más psicología.
En líneas generales, El maestro de almas es una novela sobre la emigración y la pérdida de las raíces, que puede convertirse en la pérdida del alma a poco que las cosas se pongan mal, y muy especialmente cuando siempre o casi siempre se ponen mal. Es también una novela sobre las relaciones con el otro y sobre todos los prejuicios que desde el principio alteran esa relación, llenándola de adherencias racistas e ideológicas. Y es también, como piensan Philipponnat y Lienhardt, una versión de Fausto en la que un médico salido del barro asciende a la más alta corrupción a costa de vender su alma al Diablo y de manipular impíamente a los demás. Pero se engañará el lector si aguarda un final moralista y redentor. Irène Némirovsky sabía darle la vuelta a sus historias y el final de la novela es de un realismo demoledor, en las antípodas del cinismo y a la vez rozándolo con mucha suavidad. Los opuestos se juntan con facilidad en El maestro de almas, una narración parcialmente estereotipada, cierto, pero a la vez brillante y radical.

CRÓNICA:CRÓNICA DE PARÍS

Hallado un nuevo tesoro de Némirovsky

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Cada país explica su pasado en función de lo que hoy pretende ser. Hay países que se manejan bien con su pasado, otros que lo dan por cerrado e inmodificable. El peso del pasado no es el mismo para todos ni en todas las épocas. La Francia actual arrastra su pasado como un grillete. O mejor, es un minúsculo atlante a punto de sucumbir bajo el peso glorioso de su historia.
El maravilloso, dramático y azaroso rescate de obras de Irène Némirovsky o el Goncourt 2006 para Jonathan Littell tienen que ver con ese país que no logra proyectarse en el futuro. El éxito de Les bienveillantes, la novela de Littell, un autor debutante, es significativo. Los franceses se interesaron primero por su actuación durante la II Guerra Mundial viéndose como resistentes: es el período De Gaulle; luego se aceptaron como meros espectadores de un combate en el que les representaban unos escasos héroes o unos también escasos traidores colaboracionistas: son los años que van de Pompidou a Mitterrand. Por fin leen la catástrofe bélica desde la fascinación por el mal: el héroe de Littell es un SS franco-alemán, un asesino que, en cada página, interroga al lector sobre cómo es posible tanta crueldad, estupidez y horror entre gente inteligente y culta.
Con Némirovsky, los franceses quedan invitados a seguir intentando reconocerse en los añicos del espejo
Pero una lectura del pasado puede coexistir con otra. Irène Némirovsky, con su estupenda Suite française,escribió un mosaico completo de los primeros momentos de la ocupación alemana. Asesinada la autora en Auschwitz en 1942, la novela de Némirovsky permaneció olvidada en una maleta hasta el año 2004, cuando se convirtió en un gran éxito de ventas y fue premiada. En su texto están todas las facetas del país. Ahora parece que los biógrafos de la escritora, Patrick Lienhardt y Olivier Philipponat, han encontrado otra novela perdida, Chaleur du sang (Calor de sangre), de la que Dénise Némirovsky, la hija, sólo conservaba los primeros capítulos. El resto ha sido localizado en casa de un particular. El libro narra la historia de un secreto, de un hombre que oculta precisamente parte de su pasado y la acción transcurre en el pueblo real en el que se refugió la narradora antes de ser capturada por los nazis. Los franceses quedan invitados a seguir intentando reconocerse en los añicos del espejo.
Pascal Bruckner lleva tiempo interrogándose sobre la peculiar relación francesa -y occidental- respecto al pasado. Si en La tentation de l'innocence hablaba del infantilismo y el victimismo como enfermedades del hombre moderno, en su texto más reciente -La tyrannie de la pénitence: essai sur le masochisme en Occident- se extiende sobre esa oleada de culpabilización que recorre nuestro mundo y que nos hace responsables, décadas después, de desastres en los que no hemos intervenido, ya sea el pillaje esclavista de África, el genocidio judío o la tortura en Argelia. Como sucede a menudo, se pide perdón y se llora por crímenes de los que somos inocentes pero se cierran los ojos ante lo que sí reclamaría nuestra atención. El Parlamento francés, que ha convertido en delito negar la existencia de la shoah o defender el racismo, legisla sobre opiniones porque no logra cambiar la realidad de los hechos. La República francesa defiende valores universales pero, en la práctica, no ha logrado exportarlos, como no sea en forma de guillotina en la proa de un barco, como en El siglo de las luces, la novela de Carpentier.
El modelo francés de sociedad, de ciudadanos iguales sin tomar en consideración religión, color de piel u origen geográfico y social, quizás ha retrasado la creación de guetos o de tensiones comunitarias pero no ha logrado evitarlas. Sarkozy se dispone a institucionalizar el fracaso que Chirac niega y Ségolène Royal aún cree poder remediar. Y por eso todos los franceses añoran los buenos viejos tiempos, cuando entre la escuela, el ejército y los sindicatos el país integraba a todos y fabricaba franceses sin demasiados chirridos. Es la época de Proust, Gide, Valèry, los Curie, Camus, Monod, Claude Bernard, Ravel o Poincaré, la de un país que miraba hacia delante y cuyos mejores autores no tenían, como Littell y Némirovsky y por razones totalmente distintas, la obsesión por un pasado que no acaba de pasar.

En el nombre de la madre

La hija de Irène Némirovsky presenta la obra póstuma de la autora, muerta en Auschwitz

JACINTO ANTÓN Barcelona 25 NOV 2005

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Es una historia de amor filial tan hermosa como terrible. La hija de la gran escritora Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), Denise Epstein, atesoró durante años, utilizándolo incluso como almohada, el manuscrito de la última obra de su madre, deportada y asesinada por los nazis por ser judía. Esa obra, una novela que ella y su hermana pequeña Elisabeth guardaban en una maleta con otros pocos recuerdos salvados del naufragio familiar -el padre, Michel Epstein, murió también en Auschwitz-, acompañó a las dos niñas durante su peregrinación de refugio en refugio en la Francia ocupada. Ahora, después de que Denise (París, 1929) se atreviera a leerla finalmente y la transcribiera con enorme "paciencia y dolor", la novela, Suite francesa (Salamandra), retrato magistral de la caída y ocupación de Francia, se ha convertido en un acontecimiento literario y acaba de aparecer en España.
"Son las últimas palabras de mi madre", dijo el martes en Barcelona la hija de Irène Némirovsky al preguntarle por el motivo que la llevó a publicar Suite francesa. "Desgraciada o felizmente, tengo muchos recuerdos, y muy nítidos", señaló vencida por la emoción. "Haber sobrevivido, ¿sabe?, no es un regalo. Se siente culpa.
Publicar Suite francesa me ha servido para desculpabilizarme por haber sobrevivido".
La persecución nazi tuvo el añadido de perversidad de hacer aparecer en ocasiones lo malo del ser humano incluso en las víctimas. "Es cierto, una víctima nunca es un héroe. No se puede idealizar a las víctimas". El marido de Némirovsky, en su afán por rescatarla, no dudó en destacar ante las autoridades pasajes anticomunistas, e incluso, paradójicamente, antisemitas de la obra de la escritora. "Sí, es terrible. Leí esas cartas. No pude hacerlo hasta 1991. Lo comprendo pero es triste".
De aquella hecatombe física y moral, aquel sauve qui peut, que fue el hundimiento de Francia y que Némirovsky pinta en su novela póstuma de manera magistral, con pulso digno de Tolstói, la hija explica que la imagen que para ella condensa esos tiempos es el tren. "Colgaban en los trenes unas redes, como hamacas, y ahí se ponía una capa de ropa, niños para esconderlos y otra capa encima. El tren es la huida y la deportación".
¿Cómo era Irene Némirovsky? "Vital. Era una gran escritora y al mismo tiempo una madre muy tierna. Era mamá. Era fuerte y nos protegía del miedo; a mi padre también".
Suite francesa, historia coral con seres que luchan por sobrevivir, es una novela áspera. "Sí, hay crueldad y desesperación, pero también ternura y mucha ironía". Y tristeza. "Mi madre estaba desesperada desde hacía tiempo ante el alma humana. Era una persona muy lúcida, y eso te hace ver más bien lo negativo de la gente".
Escapada de la Rusia revolucionaria, la novelista, recuerda su hija, tenía un modo de vida cosmopolita y en su casa, con las puertas siempre abiertas, se respiraba un ambiente chéjoviano. "Ella admiraba a Chéjov, pero también adoraba a Katherine Mansfield, con la que sentía que tenía muchos puntos de contacto". ¿Gurdjieff? "Creo que no; a mi madre no le interesaba el esoterismo. Pero yo me pregunto si ella, desde donde quiera que esté, no ha influido para que aparezca su libro".
Existen otros inéditos de Némirovsky, dice Denise Epstein. "Hemos encontrado alguna novela corta y sobre todo muchos de sus carnés de trabajo". En 2007, explica, con ese material, aparecerá una nueva biografía de su madre, obra de Olivier Philippennat y Patrick Llenhard. Denise, en cambio, no piensa de momento escribir. "Me es más fácil hablar que escribir de ella. Las palabras traslucen más el amor".

65ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

Los libreros premian 'Suite francesa'

Denise Epstein, hija de la escritora rusa Irène Némirovsky, recoge el galardón

WINSTON MANRIQUE SABOGAL Madrid 2 JUN 2006

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"Pocas cosas hay tan dolorosas como tener que silenciar el llanto, y nadie puede arrogarse el derecho a infligir a otro un dolor permanente". Como el causado desde 1942 a Denise Epstein (1929), hija de la escritora rusa Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), cuya novela Suite francesa (Salamandra en castellano y en catalán La Magrana) ha obtenido el Premio del Libro del Año 2005, concedido por el Gremio de Libreros de Madrid. Una novela que, tras su publicación en Francia en 2004, obtuvo el Premio Renaudot y que ha sido ya traducida a 30 idiomas. Es una obra póstuma que muestra sin tapujos la estampida de virtudes y bondades humanas en los franceses durante la ocupación nazi en la II Guerra Mundial, y lo hace con un estilo en el que la belleza y la elegancia literaria han sido destacadas por la crítica internacional.

Suite francesa es el testimonio de la última y definitiva persecución que entabló la vida contra Némirovsky. Hija de un rico banquero judío en Rusia, su familia debió huir en 1917 tras la revolución bolchevique. Después de unos años escondidos en Estocolmo, los Némirovsky llegaron a Francia en 1919. Un abandono al que se sumó la poca atención que le prestaba su madre. En 1929, la autora publicó su primer gran éxito, David Golder; en 1930, El baile, y un año después, Las moscas de otoño. Libros que le dieron un gran prestigio en el mundo literario.
Casada con un judío, Némirovsky tuvo dos hijas, Denise y Elisabeth, hasta que en el verano de 1940 la invasión alemana de Francia les empezó a marginar. Entonces la escritora tomó una carpeta marrón y escribió cada día lo que veía, vivía y sentía a su alrededor. Un diario en tiempo real de aquella encrucijada en que estaba atrapada Francia. Hasta que en 1942 fue entregada a las tropas nazis, que finalmente la gasearon semanas después en Auschwitz. La misma suerte correría su esposo. Sus hijas iniciaron un peregrinaje a escondidas y cargando una maleta con recuerdos, entre ellos una carpeta marrón, que más de una vez les sirvió de almohada.
Sólo a finales de los años setenta, Epstein se atrevió a leer el manuscrito. "Porque cada cosa llega en su debido momento y eso no lo podemos cambiar". Tras leer el libro, los sentimientos sobre Francia apenas se han modificado: "Antes tenía rabia, durante la lectura también, pero hoy el sentimiento es de victoria porque he logrado que mi madre vuelva a vivir y a recuperar el prestigio". ¿Y los franceses qué piensan y sienten? "Tengo pruebas de que la conciencia de la gente se despierta y eso es más fácil ahora que los testigos directos ya no están".
Para Epstein, la cobardía está todos los días en la esquina de la calle. ¿Y la culpabilidad? "En el hecho de haber sobrevivido. Porque uno se siente culpable por estar vivo y comprobar que las personas a quienes quieres ya no están".
Por eso, Denise Epstein no cree en la ausencia. Para ella no existe. "La ausencia siempre está presente". Abandonos forzados, abandonos mezquinos o abandonos voluntarios, lo cierto es que es la acción que persiguió a su madre y que la encontró a ella, pero de la cual ya se ha librado en parte. "Sólo pueden perdonar los que no volvieron. Para mí el perdón no significa nada. Simplemente, no olvido, pero tampoco me invade ningún deseo de venganza". Porque como termina su madreSuite francesa: "Poco después, en la carretera, en lugar del ejército alemán, sólo había un poco de polvo".

Recopilación de materiales de Charo Ochoa.

  
Grupo “Leer Junt@s”. I.E.S. Pirámide. Curso 2012-13.

Jueves, 20 de Diciembre de 2012. 

Libro comentado: El vino de la soledad (1935), de Irene Némirovsky.


 

   Irene Némirovsky, por Patricia Suárez.



   
   Irène Némirovsky es una autora poco conocida en castellano. Nació en 1903 en Kiev en el seno de una familia judía. Su vida estuvo marcada por un destino trágico. Hija de un banquero moscovita, huyó de Rusia junto con su familia apenas ocurrida la Revolución. Tras varias peripecias en Finlandia y en Suecia, los Némirovsky se instalaron en París. Desde entonces hasta el final de su vida publicó una decena de novelas y una biografía novelada sobre la vida de Antón Chéjov. En 1942 fue detenida en Saône-et-Loire adonde se había refugiado y deportada al campo de concentración de Auschwitz donde murió poco después. En español apenas hay traducidos cuatro o cinco de sus títulos.

     Los emigrados rusos
   Entre 1920 y 1930 muchos intelectuales rusos huyeron de la flamante Unión Soviética, perseguidos o disconformes con su política. Muchos eran los llamados "rusos blancos" que solían reunirse para defender al Zar, entre otras cosas. Nina Berberova escribe: "...a los emigrados rusos se les da asombrosamente bien lo de salir a flote. Son muy listos, y saben sacar el máximo partido de las situaciones delicadas. Son, sin lugar a dudas, una gente con suerte." Las dos capitales del exilio ruso fueron Berlín y París., a tal punto que la supuesta hija del Zar, librada milagrosamente de la muerte, Anastasia Romanov, apareció flotando en una alcantarilla berlinesa. La historia y los análisis de ADN demostraron luego que la verdadera Anastasia no se libró de nada y murió en Ekaterinburgo junto a sus padres.
    Los escritores emigrados fueron muchos; entre los más célebres se cuentan: Vladimir Nabokov, Iván Bunin, Nina Berberova, Irène Némirovsky y Marina Tsvetaia quien a finales de los '30 regresó a Rusia y murió allí.
    En su autobiografía Habla, memoria, Vladimir Nabokov relata que había entre los emigrados un gran número de buenos lectores, lo cual garantizaba el éxito de una publicación "a una escala relativamente grande; pero como ninguno de estos escritos podía circular por la Unión Soviética, toda esa actividad adquiría cierto aire de frágil irrealidad". Las editoriales se llamaban Orión, Cosmos y Logos, entre otras: eran la metáfora de un universo. En la vida del emigrado eran características las tertulias en las que se leía el material literario, un poco como en los salones del siglo XVIII.
     Esto garantizaba la supervivencia intelectual de este grupo humano, así como conservar la lengua materna, el ruso, como lengua de escritura. Sin embargo, a lo largo de los años muchos autores rusos se adaptaron a escribir en otras lenguas, y hubo quien desde el comienzo lo hizo en otro idioma. Nabokov es famoso por su polilingüismo. E Irène Némirovsky, por ejemplo, escribió desde los comienzos en francés. Lo aprendió en su infancia y la consideraba su segunda lengua.
    Escribir en una lengua diferente de la natal parece una característica propia de los autores de Europa del Este, aun en la actualidad: Milán Kundera dejó el checo por el francés y Stephen Vizinczey el húngaro por el inglés. Tal como dice un polaco en un cuento de Katherine Ann Porter: "Yo tengo que aprender todos los malditos idiomas, pues nadie habla polaco excepto los polacos".
    La literatura de los emigrados está marcada por el signo de la nostalgia. Si bien uno podría decir que en toda literatura del exilio aparece la nostalgia como elemento literario, en el caso de los rusos este elemento se refleja en el recuerdo del paisaje, los bosques, las estepas y la nieve, las posesiones perdidas, como la dacha y la servidumbre. En sentido lato, hacen referencia al paraíso perdido: la vieja Rusia y la infancia. No obstante, en la literatura de Irène Némirovsky estos elementos están velados y el que anhela Rusia nunca es el narrador sino alguno de los protagonistas.

        El comienzo
    En 1929 Irène Némirovsky envió al editor Bernard Grasset el manuscrito de su primera novela David Golder. Estaba escrita en francés. El texto entusiasmó al editor, quien la publicó de inmediato. Fue saludada por una crítica sorprendida por la juventud de la autora y el crítico Paul Reboux quien fuera uno de los primeros en llamar la atención sobre la joven Colette en su momento, auspició grandes éxitos a Némirovsky. La crítica francesa, tan acartonada a su Academia, nunca se adaptó a la precocidad de sus autores y siempre los miraron como a bichos raros. Encima, no son escasos en autores jóvenes y brillantes: desde Rimbaud, pasando por Alain Fournier, a Colette y Françoise Sagan.
    David Golder narra la historia de un banquero ruso-judío que vive en París. Está continuamente sometido a los caprichos de su esposa y de su hija, a quien adora, y por ellas pierde la cabeza y la fortuna. A comienzos de la novela, David Golder se desmaya y le es diagnosticada una angina de pecho. Debe descansar, pero le resulta imposible: tiene que seguir haciendo negocios. Viaja por barco a Rusia, se reencuentra con su paupérrimo pueblo natal y durante el viaje de regreso muere.
    Escrita con un estilo preciso y detenido, la obra no es sino una versión adecuada a las primeras décadas del siglo de La muerte de Iván Illich de León Tolstoi. La enfermedad y la muerte están aliadas frente a la negligencia del protagonista: aunque se niegue a verlo, su fin está cerca. Tolstoi escribió su obra como una fábula sobre las vanidades de la vida. Tanto allí como en la mayoría de los autores eslavos aparece una sola verdad: "siento dolor, gracias a eso sé que estoy vivo" y "mi dolor es lo único que tengo". Turguenev hablará del dolor espiritual: el amor no correspondido, o la búsqueda de una vida con sentido como en Rudin, el héroe ruso que marcha a luchar a las barricadas francesas en 1789. En Pushkin este dolor es el del honor perdido, en Gógol y también a veces en Dostoyevski, la miseria. Tal vez en los emigrados este dolor de vivir fue reemplazado por la nostalgia, por eso tantos personajes de Nabokov (Pnin, por ejemplo) sienten que viven como si estuvieran muertos.
     Némirovsky también sigue la tradición rusa: el dolor existe para recordarnos que vivimos y que lo estamos haciendo mal. Las vanidades pertenecen al mundo de las apariencias; en el mundo real sufrimos y nos estamos muriendo.

 
    La obra
   Un año después, Irène Némirovsky publicó El baile, novela muy breve en que vuelve sobre el universo de los ricos: el millonario débil, la esposa insaciable, la hija sensible e insastifecha. Este texto acentuó su comparación con novelas de Colette como Sido o La gata. Fundamentalmente el paralelo se debe a la época y la lengua en que fueron escritos, ambas suelen tener protagonistas femeninas inconformes, introspectivas y muchas veces perversas, y en la búsqueda de imágenes inusuales sobre la naturaleza y los sentimientos.
     Su universo literario eran los ricos, un poco como sucedía con Scott Fitzgerald, y volverá a ellos en Los perros y los lobos. Ada es judía y millonaria y se asombra de la esclavitud de los ghettos. Ella imagina que nunca acabará allí: "a mí, unas cosas parecidas nunca me pasarán". Sin embargo, está en su destino. Si entendemos el destino como aquello de lo que no se puede escapar y a lo que uno está unido por lazos sanguíneos y geográficos y que constituyen a lo largo de la historia una cadena de eslabones vinculantes.
   Es el mismo destino del que Némirovsky no logrará escapar. Estaba redactando Suite française cuando es detenida y enviada al campo de concentración de Auschwitz donde morirá. Su marido fallecerá tres meses después.

    El maestro Chéjov
    Entre las obras póstumas de Irène Némirovsky se cuentan La vida de Chéjov (1946), Les biens de ce monde (1947) y Les feux de l'automne (1948).
    La biografía de Chéjov es un texto espléndido. Trabajado desde la tercera persona, hace hincapié en sus orígenes (el abuelo era un siervo que compró su rescate y el de sus hijos), la infancia y la vida familiar del autor: la violencia de su padre, un tendero de Taganrog; sus seis hermanos, la austeridad, la carrera de medicina, la disipación de los hermanos. Hasta la muerte de su padre, Antón Chéjov se constituyó en el sostén económico de su familia. De allí la escritura febril de cuentos que rápidamente podía vender en periódicos y revistas. Cuando le pedían que descansara, que no escribiera tanto, que retuviera el impulso en pos de la calidad, él sólo respondía: "Mamá y papá tienen que comer".
A su vez, el libro es un compendio de consejos para escribir. Escribe Némirovsky: "El cuento, para ser logrado, exige las cualidades que Chéjov poseía de nacimiento. El sentido del humor: una novela larga y trágica da una impresión de fatalidad grandiosa; un relato corto en el que la tristeza es demasiado pesada y tétrica abruma y repele. El pudor: un novelista puede (y a veces debe) hablar de sí mismo; para un cuentista, eso es imposible: tiene el tiempo contado; el que escribe no puede entonces mostrarse en su complejidad, en su riqueza; lo más prudente para él es mantenerse al margen".
     Némirovsky, además, escribe una breve lección de literatura rusa, comparando la producción de Chéjov con la de Tolstoi, amigos y contemporáneos. Sus diferencias de
filosofía y la tragicidad con que encaraban sus textos estaba dada por la clase social y el lugar de que venían. Tolstoi, el gran señor, idealizaba a los humildes; Chejov, el plebeyo, había sufrido demasiado la brutalidad de los humildes como para sentir por ellos algo más que compasión. Tolstoi despreciaba la elegancia, el lujo, la ciencia, el arte. Chéjov amaba todo eso de lo que él había carecido de pequeño. Tolstoi odiaba a las mujeres y el amor carnal y la sensualidad, ya que eran las debilidades de su propia naturaleza apasionada. Chejov, delicado, enfermo, no comprendía la naturaleza de este pecado, que en él nunca se había manifestado de una manera arrolladora. Había entre ellos un abismo insalvable.
    La biógrafa termina el texto con el recuerdo de Máximo Gorki sobre el funeral de Chéjov. Introducir este texto parece un simple detalle, sin embargo, está escrito en clave chejoviana. Si Chejov hubiera estado vivo, habría relatado su propio funeral.

    Los frutos
    Irène Némirovsky dejó una docena de libros escritos en su corta vida. Cada uno de ellos brilla como una obra maestra. Su amor por la literatura es evidente: miraba el mundo casi como un mero material literario. En 1937 nació su hija Elizabeth Gille, que sobrevivió al Holocausto. La hija también fue escritora, y en sus libros se rastrean los elementos literarios que interesaban a la madre. Tal vez haya sido una pura coincidencia que una madre escritora haya generado una hija escritora, pero esto es difícil de creer. Algunos estudios dicen que en los genes vienen la inclinación a la creación literaria. Esto también es difícil de creer. Solamente el amor es hereditario.



    Bibliografía de Irène Némirovksy:
    L'enfant génial
, paru en 1927 dans la revue "Les Oeuvres libres"
    Le Malentendu
, paru en 1926 dans "Les Oeuvres Libres" et repris aux Editions Fayard en 1930
    David Golder
, Grasset 1929 David Golder, Grasset 1986.
    Le Bal
, Grasset 1930 Le bal, Les cahiers rouges /Grasset, 1985
    Les Mouches d'automne
, Grasset 1931L'Affaire Courilof, Grasset, 1933
    L'Affaire Courilof
, Grasset, 1933 L'affaire Courilof, Les cahiers rouges /Grasset, 1990
    Films parlé
, Gallimard, 1934 Le Pion sur l'échiquier, Albin Michel, 1934
    Le Vin de solitude, Albin Michel 1935
    Jézabel, Albin Michel, 1936
    La Proie
, Albin Michel, 1938 La Proie, Albin Michel, 1992
    Deux, Albin Michel, 1939
    Les chiens et les loups
, Albin Michel, 1940
    La Vie de Tchekov
, Albin Michel, 1946
    Les Biens de ce monde
, Albin Michel, 1947
    Les Feux de l'automne
, Albin Michel, 1957

 
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La crítica
EL VINO DE LA SOLEDAD
«El vino de la soledad es en parte novela y en parte fantasía autobiográfica, pero sobre todo es la denuncia de una madre que consiente que su hija adopte el papel de rival sexual.» J. M. Coetzee,The New York Review of Books

«Némirovsky es autora de una de las obras de ficción más grandes, humanas e incisivas que el conflicto ha originado.» The New York Times Book Review


«Nunca antes Némirovsky había indagado tan a fondo en el dolor del mundo de la infancia como en esta novela, cuya protagonista, Elena Karol, es de hecho su doble, su álter ego literario.» La Repubblica


«Némirovsky da lo mejor de sí en el retrato de la pequeña Elena [...]. El vino de la soledad
 no es una saga familiar, sino un ajuste de cuentas filial.» Marianne

(Ediciones Salamandra)

El vino de la soledad de Irène Némirovsky:
Descrita como la novela más personal y autobiográfica de Irène Némirovsky, El vino de la soledad (publicada en 1935) recrea el destino de una adinerada familia rusa refugiada en París, y describe la venganza de una joven contra su madre, motivo que la escritora ya había tratado en esa pequeña joya literaria que es El baile. Con una mirada inteligente y ácida, la novela sigue a la pequeña Elena de los ocho años a la mayoría de edad, desde Ucrania hasta San Petersburgo, Finlandia y finalmente París, donde la familia se instala tras el estallido de la revolución rusa, en un recorrido paralelo al que realizó la propia Némirovsky. La madre de Elena, una mujer bella y frívola de origen noble, desprecia a su marido, un potentado judío, y a su hija. Tras la muerte de la gobernanta, la vida de la niña se vuelve aún más difícil, pues su madre instala en la casa a su amante, un primo quince años más joven que ella. No obstante, el tiempo convierte a Elena en una joven hermosa, y el día que descubre que atrae al amante de su madre, comprende que ha llegado el momento de vengarse. Irène Némirovsky, autora de la impactante Suite francesa, mostró desde joven un talento excepcional. Su trágica muerte, a los treinta y nueve años, en un campo de concentración puso fin a una obra magistral, que ha sido redescubierta con enorme éxito. El vino de la soledad es otra magnífica novela de esta escritora maravillosa, lúcida y brillante.

(Lecturalia)


jueves, 27 de diciembre de 2012

Hablamos de "La letra escarlata"

  Grupo “Leer Junt@s”. I.E.S. Pirámide. Curso 2012-13.

  Jueves, 8 de Noviembre de 2012.

  Libro comentado: La letra escarlata (1850), de Nathaniel Hawthorne.



  Algunas ideas sobre el contexto de la novela.



   El escritor Nathaniel Hawthorne (1804-1864) pertenece a lo que se ha dado en llamar Renacimiento Americano, que podría definirse como el intento de establecer una literatura propiamente estadounidense, original, desvinculada en los temas y en las formas de los modelos británicos y que responda a las necesidades prácticas e identitarias del público estadounidense.



   Aunque se suelen incluir a Walt Whitman y a Herman Melville, algo más jóvenes, en este grupo, Hawthorne compartiría generación con los ensayistas Henry David Thoreau y Ralph Waldo Emerson, y con Edgar Allan Poe.

   Concretamente junto a Poe, Hawthorne estableció parte de las las bases del cuento literario moderno, especialmente las referidas al tema fantástico (el “otro” origen del cuento vino de Rusia, con Gogol, pero esa es ya otra historia). Fue autor de dos recopilaciones importantes en este sentido, como son Cuentos contados dos veces (1837) o Musgos de una vieja casa parroquial (1846). Los cuentos de Hawthorne mantienen un enigmático clima sobrenatural, que muchas veces tan solo se insinúa o deja sencillamente las cosas sin explicar, en el aire. Sus personajes parecen marcados por la marca de un pecado originario, que les acompaña como si fuera una maldición.

   Esta perspectiva del bien y del mal enlaza directamente con el tema de La letra escarlata (1850), en cuyo telón de fondo también encontramos la cultura puritana, sobre la cual conviene que nos detengamos.

   Como se puede apreciar en este esquema, los puritanos son una escisión del protestantismo anglicano que, influida por Calvino, desconfiaba de la identificación entre Iglesia y Estado característica de Inglaterra, y aspiraba a un mayor rigorismo. Objeto de persecución por parte de la cultura dominante, emigraron a América desde un comienzo, donde aplicaron con severidad unas leyes que no eran las de la corona británica. Como se puede ver, dentro de los puritanos había distintas ramas, y los que se asentaron en la bahía de Massachussets eran presbiterianos.



   El escritor había nacido precisamente en Salem, y era descendiente de los altos cargos de la iglesia puritana que habían ordenado la quema de brujas. Aunque estas prácticas eran condenadas en sus novelas, la cultura calvinista impregna la mirada del narrador, como por otra parte ocurre con una buena parte de la literatura estadounidense. No olvidemos que, por otra parte, la “Revolución Americana” en ningún momento rompió con la creencia religiosa como una forma de cohesión social.

   El argumento de La letra escarlata no es muy diferente del de otras “novelas de adulterio” escritas en el XIX: La Señora Bovary (1957), Anna Karenina (1877), La Regenta (1885), etc… En este caso, el “triángulo adúltero” se concreta en los personajes de Hester Prynne, su marido Roger Chillingwort y el pastor Dimmesdale, verdadero padre de su hija Pearl.

   Sin embargo, una diferencia fundamental en esta novela respecto a sus colegas europeas está en las condiciones coloniales y fronterizas, propias de la Nueva Inglaterra del siglo XVII, en la que transcurre. Su carácter de novela histórica, el relativo aislamiento de las comunidades puritanas, la vecindad con el territorio indio, el sustrato integrista de carácter maniqueo, según el cual el mal acecha en el interior del espíritu humano (y en el interior del bosque), todos estos factores se ponen de acuerdo en delimitar un mundo cerrado y ritualizado, que a veces adquiere la condición de onírico.



   Del resto de la novelística de Hawthorne podemos destacar La casa de los siete tejados (1851), un relato de fantasmas tan arraigado a la vida cotidiana de los personajes que por momentos diluye su carácter fantástico; o el El fauno de mármol (1860), ficción ambientada en Roma, con un misterioso protagonista que ostenta la apariencia de un personaje mitológico.

   De La letra escarlata se han hecho varias adaptaciones al cine, lo que no es de extrañar, dado el dramatismo de su material de partida. La última versión, más famosa, la protagonizó Demi Moore en 1995; Win Wenders dirigió otra en España, algo floja, en 1973; y quizá la mejor sea la versión muda dirigida en Hollywood en 1926 por el sueco Victor Sjöstrom (que más tarde se hizo famoso como el anciano protagonista de Fresas salvajes (1957), de Bergman). ¿Quizá esta afinidad se deba a la familiaridad con el integrismo protestante del director?

   Como dato curioso, se puede añadir que la protagonista de una importante película británica reciente, The Deep Blue Sea (2011) recibe también el infrecuente nombre de Hester, lo que ha llevado a algunos críticos a vincularla con la novela de Hawthorne.