viernes, 28 de diciembre de 2012

Más informaciones sobre Irene Némirovsky



 REPORTAJE: POLÉMICA SOBRE DOS ESCRITORES JUDÍOS

Un odio cuestionado

Debate en Inglaterra sobre el ideario de la escritora Irène Némirovsky

OCTAVI MARTI París 23 FEB 2007

 Ella es una escritora de culto, y él, un historiador. Ariel Toaff e Irène Némirovsky han sido tachados de antisemitas. Toaff ha tenido que retirar Pascua de sangre, un libro de historia en el que aventuraba que comunidades judías en el medievo podían haber realizado crímenes rituales con cristianos. El caso de Némirovsky, asesinada en Auschwitz en 1942, tiene que ver con la amputación de un párrafo del prefacio en la edición en inglés de Suite francesa, en el que se trata de ocultar la complicada relación de la escritora con sus orígenes. Ambos constituyen dos ejemplos de la delgada línea en que se mueve la libertad de expresión en los tiempos de lo políticamente correcto.

    La edición inglesa de Suite francesa,la gran novela póstuma (publicada en 2004) de Irène Némirovsky (1903-1942), va precedida de un prefacio de Myriam Anissimov que presenta a la escritora y cuenta la odisea vivida por el manuscrito. Anissimov, que ha escrito una biografía de Primo Levi, es especialista en cuestiones de cultura judía. En la versión inglesa, el mismo prefacio aparece amputado de una frase, tal y como ha revelado Stuart Jeffries en el diario The Guardian. Y de ahí, de esa supresión, nace la sospecha de que se ha querido ocultar al lector anglosajón la complicada relación de Némirovsky con sus orígenes judíos.
El párrafo en cuestión comienza refiriéndose "al odio hacia sí misma que se descubre en la pluma de Némirovsky" y enumera "las características que en su obra atribuye a los judíos, las opciones léxicas utilizadas para caracterizarlos, para hacer de ellos un grupo de individuos que tienen en común esos trazos: pelo crespo, nariz curva, mano blanda, dedos y uñas como ganchos, tez mate, amarillenta u olivácea, ojos muy juntos, negros y brillantes, cuerpo esmirriado, rizos espesos y negros, mejillas pálidas, dientes irregulares", a lo que se añaden características que ya no son físicas, sino morales: "avidez, constancia, histeria, habilidad atávica para comprar y vender baratijas, hacer tráfico de divisas, ser viajante o vender municiones de contrabando".
La verdad es que el "odio de sí misma" de Irène Némirovsky no es ningún secreto, pero a veces aparece manifestado de manera confusa, mezclándose dos menosprecios: el que siente hacia una parte del pueblo judío y el que siente hacia sus padres, sobre todo hacia la madre. No está de más recordar que ésta nunca se ocupó de Irène, pues estaba demasiado preocupada en no envejecer y en asegurarse amantes. Por ejemplo, para aparecer siempre más joven de lo que era siguió vistiendo a Irène como una niña cuando ya era una joven. Luego, en la novela El baile (de 1930), la hija vengativa va a pintar a madame Kampf, una nueva rica que oculta a su hija cuando da una recepción para que nadie pueda saber su verdadera edad. En David Golder(1929) el protagonista es un banquero judío que siempre quiere ganar más y más dinero.
En las novelas de Némirovsky aparecen muy a menudo personajes judíos, casi siempre presentados bajo una luz poco favorable, pero es que ella misma había vivido en ese contexto y estaba casada con un banquero judío. En cualquier caso, en sus ficciones, esos judíos que olvidan sus orígenes acaban volviendo a ellos: Golder muere hablando en yiddish o en Los perros y los lobos el libro acaba con el narrador refiriéndose a los judíos como "los míos, mi familia". Pero la acusación de antisemitismo hay que situarla en su contexto: Francia era durante los años veinte el país de Europa con mayor tradición de antisemitismo, acogía emigrados de diversas dictaduras y judíos que huían de los pogromos soviéticos y de las leyes raciales de los nazis. Y esos emigrantes creaban problemas.
En 1935, en una entrevista en L'Univers Israélite, Némirovsky protesta: "¡Nunca he intentado ocultar mis orígenes! Siempre que he podido me he proclamado judía". En definitiva, reclama para el escritor el derecho a escribir en libertad. Asesinada en Auschwitz en 1942, Némirovsky escapó al "políticamente correcto" de su época, pero se ha visto atrapada por el de la nuestra, que censura un prefacio para evitarle decir inconveniencias."¡Nunca he ocultado mis orígenes! Siempre que he podido me he proclamado judía".


CRÍTICA:LIBROS: el maestro de almas

Retrato de un manipulador desenraizado

JESÚS FERRERO 9 MAY 2009

Una de las virtudes de las novelas de Irène Némirovsky es que nunca te dejan indiferente y, cuando las acabas, puedes llegar a sentirte tan atormentado contigo mismo como los personajes cuyas vicisitudes has estado siguiendo, en un estado a medio camino entre el estupor, la admiración y la rabia. El maestro de almas, que originariamente se publicó en forma de folletín con el título de Las escalas del Levante, no es una excepción, y todo lector que se acerque a ella tiene la emoción asegurada, una emoción llena de lucidez y de iluminaciones sabias y contradictorias, que duelen en el cerebro y en el corazón.
Irène Némirovsky pertenecía al grupo de judíos laicos que, antes de que estallase la Segunda Guerra Mundial, abrazaron con detenimiento la cultura europea y decidieron ser parte activa de ella. No eran conversos, eran simplemente europeos que apostaban por Europa y su cultura, como habían hecho Husserl, Benjamin y Döblin. Que luego muchos de ellos murieran en los campos de exterminio tras haber sido deportados parece una pesadilla. "¿Qué me está haciendo este país, Dios mío?", escribió Irène Némirovsky un año antes de morir en Auschwitz.
El deseo que tenía Irène Némirovsky de convertirse en una escritora francesa resulta evidente en El maestro de almas, y de hecho parece una novela genuinamente francesa que ha incorporado la mirada que los franceses dirigían a los extranjeros en la época de entreguerras. Aquí está una de las claves de El maestro de almas: el narrador, que entra y sale de las almas de los personajes como Darío Asfar, lleva incorporada la mirada francesa, como la lleva incorporada Darío Asfar, del que el narrador es sólo una proyección sombría y lúcida hasta la desesperación. Y por eso también los emigrantes que llegan de la Europa más oriental, incluidos los judíos, son tratados con severidad francesa. Los que no adviertan esta sutileza, muy propia por otra parte de Irène Némirovsky, pensarán que esta novela se acerca a ciertas narraciones de Céline cuando en realidad se acerca a ciertas novelas de Zola, pero introduciendo más electricidad, más pasión y más psicología.
En líneas generales, El maestro de almas es una novela sobre la emigración y la pérdida de las raíces, que puede convertirse en la pérdida del alma a poco que las cosas se pongan mal, y muy especialmente cuando siempre o casi siempre se ponen mal. Es también una novela sobre las relaciones con el otro y sobre todos los prejuicios que desde el principio alteran esa relación, llenándola de adherencias racistas e ideológicas. Y es también, como piensan Philipponnat y Lienhardt, una versión de Fausto en la que un médico salido del barro asciende a la más alta corrupción a costa de vender su alma al Diablo y de manipular impíamente a los demás. Pero se engañará el lector si aguarda un final moralista y redentor. Irène Némirovsky sabía darle la vuelta a sus historias y el final de la novela es de un realismo demoledor, en las antípodas del cinismo y a la vez rozándolo con mucha suavidad. Los opuestos se juntan con facilidad en El maestro de almas, una narración parcialmente estereotipada, cierto, pero a la vez brillante y radical.

CRÓNICA:CRÓNICA DE PARÍS

Hallado un nuevo tesoro de Némirovsky

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Cada país explica su pasado en función de lo que hoy pretende ser. Hay países que se manejan bien con su pasado, otros que lo dan por cerrado e inmodificable. El peso del pasado no es el mismo para todos ni en todas las épocas. La Francia actual arrastra su pasado como un grillete. O mejor, es un minúsculo atlante a punto de sucumbir bajo el peso glorioso de su historia.
El maravilloso, dramático y azaroso rescate de obras de Irène Némirovsky o el Goncourt 2006 para Jonathan Littell tienen que ver con ese país que no logra proyectarse en el futuro. El éxito de Les bienveillantes, la novela de Littell, un autor debutante, es significativo. Los franceses se interesaron primero por su actuación durante la II Guerra Mundial viéndose como resistentes: es el período De Gaulle; luego se aceptaron como meros espectadores de un combate en el que les representaban unos escasos héroes o unos también escasos traidores colaboracionistas: son los años que van de Pompidou a Mitterrand. Por fin leen la catástrofe bélica desde la fascinación por el mal: el héroe de Littell es un SS franco-alemán, un asesino que, en cada página, interroga al lector sobre cómo es posible tanta crueldad, estupidez y horror entre gente inteligente y culta.
Con Némirovsky, los franceses quedan invitados a seguir intentando reconocerse en los añicos del espejo
Pero una lectura del pasado puede coexistir con otra. Irène Némirovsky, con su estupenda Suite française,escribió un mosaico completo de los primeros momentos de la ocupación alemana. Asesinada la autora en Auschwitz en 1942, la novela de Némirovsky permaneció olvidada en una maleta hasta el año 2004, cuando se convirtió en un gran éxito de ventas y fue premiada. En su texto están todas las facetas del país. Ahora parece que los biógrafos de la escritora, Patrick Lienhardt y Olivier Philipponat, han encontrado otra novela perdida, Chaleur du sang (Calor de sangre), de la que Dénise Némirovsky, la hija, sólo conservaba los primeros capítulos. El resto ha sido localizado en casa de un particular. El libro narra la historia de un secreto, de un hombre que oculta precisamente parte de su pasado y la acción transcurre en el pueblo real en el que se refugió la narradora antes de ser capturada por los nazis. Los franceses quedan invitados a seguir intentando reconocerse en los añicos del espejo.
Pascal Bruckner lleva tiempo interrogándose sobre la peculiar relación francesa -y occidental- respecto al pasado. Si en La tentation de l'innocence hablaba del infantilismo y el victimismo como enfermedades del hombre moderno, en su texto más reciente -La tyrannie de la pénitence: essai sur le masochisme en Occident- se extiende sobre esa oleada de culpabilización que recorre nuestro mundo y que nos hace responsables, décadas después, de desastres en los que no hemos intervenido, ya sea el pillaje esclavista de África, el genocidio judío o la tortura en Argelia. Como sucede a menudo, se pide perdón y se llora por crímenes de los que somos inocentes pero se cierran los ojos ante lo que sí reclamaría nuestra atención. El Parlamento francés, que ha convertido en delito negar la existencia de la shoah o defender el racismo, legisla sobre opiniones porque no logra cambiar la realidad de los hechos. La República francesa defiende valores universales pero, en la práctica, no ha logrado exportarlos, como no sea en forma de guillotina en la proa de un barco, como en El siglo de las luces, la novela de Carpentier.
El modelo francés de sociedad, de ciudadanos iguales sin tomar en consideración religión, color de piel u origen geográfico y social, quizás ha retrasado la creación de guetos o de tensiones comunitarias pero no ha logrado evitarlas. Sarkozy se dispone a institucionalizar el fracaso que Chirac niega y Ségolène Royal aún cree poder remediar. Y por eso todos los franceses añoran los buenos viejos tiempos, cuando entre la escuela, el ejército y los sindicatos el país integraba a todos y fabricaba franceses sin demasiados chirridos. Es la época de Proust, Gide, Valèry, los Curie, Camus, Monod, Claude Bernard, Ravel o Poincaré, la de un país que miraba hacia delante y cuyos mejores autores no tenían, como Littell y Némirovsky y por razones totalmente distintas, la obsesión por un pasado que no acaba de pasar.

En el nombre de la madre

La hija de Irène Némirovsky presenta la obra póstuma de la autora, muerta en Auschwitz

JACINTO ANTÓN Barcelona 25 NOV 2005

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Es una historia de amor filial tan hermosa como terrible. La hija de la gran escritora Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), Denise Epstein, atesoró durante años, utilizándolo incluso como almohada, el manuscrito de la última obra de su madre, deportada y asesinada por los nazis por ser judía. Esa obra, una novela que ella y su hermana pequeña Elisabeth guardaban en una maleta con otros pocos recuerdos salvados del naufragio familiar -el padre, Michel Epstein, murió también en Auschwitz-, acompañó a las dos niñas durante su peregrinación de refugio en refugio en la Francia ocupada. Ahora, después de que Denise (París, 1929) se atreviera a leerla finalmente y la transcribiera con enorme "paciencia y dolor", la novela, Suite francesa (Salamandra), retrato magistral de la caída y ocupación de Francia, se ha convertido en un acontecimiento literario y acaba de aparecer en España.
"Son las últimas palabras de mi madre", dijo el martes en Barcelona la hija de Irène Némirovsky al preguntarle por el motivo que la llevó a publicar Suite francesa. "Desgraciada o felizmente, tengo muchos recuerdos, y muy nítidos", señaló vencida por la emoción. "Haber sobrevivido, ¿sabe?, no es un regalo. Se siente culpa.
Publicar Suite francesa me ha servido para desculpabilizarme por haber sobrevivido".
La persecución nazi tuvo el añadido de perversidad de hacer aparecer en ocasiones lo malo del ser humano incluso en las víctimas. "Es cierto, una víctima nunca es un héroe. No se puede idealizar a las víctimas". El marido de Némirovsky, en su afán por rescatarla, no dudó en destacar ante las autoridades pasajes anticomunistas, e incluso, paradójicamente, antisemitas de la obra de la escritora. "Sí, es terrible. Leí esas cartas. No pude hacerlo hasta 1991. Lo comprendo pero es triste".
De aquella hecatombe física y moral, aquel sauve qui peut, que fue el hundimiento de Francia y que Némirovsky pinta en su novela póstuma de manera magistral, con pulso digno de Tolstói, la hija explica que la imagen que para ella condensa esos tiempos es el tren. "Colgaban en los trenes unas redes, como hamacas, y ahí se ponía una capa de ropa, niños para esconderlos y otra capa encima. El tren es la huida y la deportación".
¿Cómo era Irene Némirovsky? "Vital. Era una gran escritora y al mismo tiempo una madre muy tierna. Era mamá. Era fuerte y nos protegía del miedo; a mi padre también".
Suite francesa, historia coral con seres que luchan por sobrevivir, es una novela áspera. "Sí, hay crueldad y desesperación, pero también ternura y mucha ironía". Y tristeza. "Mi madre estaba desesperada desde hacía tiempo ante el alma humana. Era una persona muy lúcida, y eso te hace ver más bien lo negativo de la gente".
Escapada de la Rusia revolucionaria, la novelista, recuerda su hija, tenía un modo de vida cosmopolita y en su casa, con las puertas siempre abiertas, se respiraba un ambiente chéjoviano. "Ella admiraba a Chéjov, pero también adoraba a Katherine Mansfield, con la que sentía que tenía muchos puntos de contacto". ¿Gurdjieff? "Creo que no; a mi madre no le interesaba el esoterismo. Pero yo me pregunto si ella, desde donde quiera que esté, no ha influido para que aparezca su libro".
Existen otros inéditos de Némirovsky, dice Denise Epstein. "Hemos encontrado alguna novela corta y sobre todo muchos de sus carnés de trabajo". En 2007, explica, con ese material, aparecerá una nueva biografía de su madre, obra de Olivier Philippennat y Patrick Llenhard. Denise, en cambio, no piensa de momento escribir. "Me es más fácil hablar que escribir de ella. Las palabras traslucen más el amor".

65ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID

Los libreros premian 'Suite francesa'

Denise Epstein, hija de la escritora rusa Irène Némirovsky, recoge el galardón

WINSTON MANRIQUE SABOGAL Madrid 2 JUN 2006

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"Pocas cosas hay tan dolorosas como tener que silenciar el llanto, y nadie puede arrogarse el derecho a infligir a otro un dolor permanente". Como el causado desde 1942 a Denise Epstein (1929), hija de la escritora rusa Irène Némirovsky (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942), cuya novela Suite francesa (Salamandra en castellano y en catalán La Magrana) ha obtenido el Premio del Libro del Año 2005, concedido por el Gremio de Libreros de Madrid. Una novela que, tras su publicación en Francia en 2004, obtuvo el Premio Renaudot y que ha sido ya traducida a 30 idiomas. Es una obra póstuma que muestra sin tapujos la estampida de virtudes y bondades humanas en los franceses durante la ocupación nazi en la II Guerra Mundial, y lo hace con un estilo en el que la belleza y la elegancia literaria han sido destacadas por la crítica internacional.

Suite francesa es el testimonio de la última y definitiva persecución que entabló la vida contra Némirovsky. Hija de un rico banquero judío en Rusia, su familia debió huir en 1917 tras la revolución bolchevique. Después de unos años escondidos en Estocolmo, los Némirovsky llegaron a Francia en 1919. Un abandono al que se sumó la poca atención que le prestaba su madre. En 1929, la autora publicó su primer gran éxito, David Golder; en 1930, El baile, y un año después, Las moscas de otoño. Libros que le dieron un gran prestigio en el mundo literario.
Casada con un judío, Némirovsky tuvo dos hijas, Denise y Elisabeth, hasta que en el verano de 1940 la invasión alemana de Francia les empezó a marginar. Entonces la escritora tomó una carpeta marrón y escribió cada día lo que veía, vivía y sentía a su alrededor. Un diario en tiempo real de aquella encrucijada en que estaba atrapada Francia. Hasta que en 1942 fue entregada a las tropas nazis, que finalmente la gasearon semanas después en Auschwitz. La misma suerte correría su esposo. Sus hijas iniciaron un peregrinaje a escondidas y cargando una maleta con recuerdos, entre ellos una carpeta marrón, que más de una vez les sirvió de almohada.
Sólo a finales de los años setenta, Epstein se atrevió a leer el manuscrito. "Porque cada cosa llega en su debido momento y eso no lo podemos cambiar". Tras leer el libro, los sentimientos sobre Francia apenas se han modificado: "Antes tenía rabia, durante la lectura también, pero hoy el sentimiento es de victoria porque he logrado que mi madre vuelva a vivir y a recuperar el prestigio". ¿Y los franceses qué piensan y sienten? "Tengo pruebas de que la conciencia de la gente se despierta y eso es más fácil ahora que los testigos directos ya no están".
Para Epstein, la cobardía está todos los días en la esquina de la calle. ¿Y la culpabilidad? "En el hecho de haber sobrevivido. Porque uno se siente culpable por estar vivo y comprobar que las personas a quienes quieres ya no están".
Por eso, Denise Epstein no cree en la ausencia. Para ella no existe. "La ausencia siempre está presente". Abandonos forzados, abandonos mezquinos o abandonos voluntarios, lo cierto es que es la acción que persiguió a su madre y que la encontró a ella, pero de la cual ya se ha librado en parte. "Sólo pueden perdonar los que no volvieron. Para mí el perdón no significa nada. Simplemente, no olvido, pero tampoco me invade ningún deseo de venganza". Porque como termina su madreSuite francesa: "Poco después, en la carretera, en lugar del ejército alemán, sólo había un poco de polvo".

Recopilación de materiales de Charo Ochoa.

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